martes, 16 de febrero de 2010

EN CALIFORNIA DURANTE LA GUERRA DEL GOLFO




Entre los eucaliptos diezmados por la roya, entre
los árboles y arbustos que la helada de Navidad oxidó,
y los corrales y laderas exhaustos tras cinco años de sequía,

unos brotes de un blanco vivo reaparecieron puntualmente, 
junto a racimos de un rosa pálido y un rosa oscuro –
Delicada abundancia. 

Parecían visitas llegando alborotadas en un día de fiesta,
sin enterarse de los sucesos del año, sin percibir
a los otros, vestidos de arpillera.

Para algunos, el paisaje abatido hacía juego
con la vergüenza y la amargura. El cielo siempre azul,
el sol a diario, nos asqueaban como los prendedores “smile”.

Y esos brotes, adheridos a las ramas delgadas
más livianos que pájaros listos para levantar vuelo
alzaban el corazón hundido

aún contra su voluntad.
.........................................Pero no
como símbolos de esperanza: eran endebles
igual que nuestra resistencia contra los crímenes cometidos

--otra vez, otra vez-- en nuestro nombre; y sí, regresaban
año tras año, y sí, brillaron brevemente con serena alegría
contra el fulgor oscuro

de los días malditos. Están, y su presencia
es la quietud inefable—y las bombas son, fueron
y, sin duda, serán; esa muda, esa inmensa cacofonía

simultánea. No se llegó a ningún acuerdo, los brotes
no eran palomas, no hubo arco iris. Y cuando se
anunció el fin de la guerra, la guerra no se terminó.


(De “Evening train”,
New Directions Publishing Corporation, 1993)



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